Primer bosquejo
Pedagogía Narrativa del Ocio
No hay máxima en
educación que transitar el cuerpo, la cercanía. No hay otra en la
ciencia del eco interior que supone la pedagogía que caminar en pro
de la esencia, del mundo personal que habita uno. No hay nada más
cierto en el camino pedagógico que ofrecer, ofrecernos la
posibilidad de transitar primero del ser , más tarde aprender a
parecer para finalmente aprender a estar. En el estar reside el
cuerpo. Ese viajero que tanto ha visto, olido y probado. En el estar1
habita el reino del ocio, es en ese tiempo de no acción donde uno se
enfrenta a sus miedos; porque los miedos no se detectan en la
vorágine de la lluvia de la misma manera que no se diferencian las
olas en la tempestad.
En la orilla de la
consciencia habita un leve suaveo que nos acaricia los pies y es, en
ese cosquilleo, donde el sujeto puede distinguir entre tierra y mar,
entre fantasía y realidad. Ahí está- se repite- aquello es agua,
emoción y esto otro es tierra, mismidad. El coraje, la valentía
necesaria para abandonar sus pies al agua lo entrega la confianza en
su proyecto interior, en aquello invisible que circula más allá de
las venas. Y ese leit motive se aprende con la acción, creando
hábitos en continua reflexión; aprendiendo a abandonar la rutina
cuando aquélla nos duerme y aprendiendo a dormir cuando todo lo
exterior carezca de referente.
<<...No
hay palabras para aquello, decía un romántico; poesía se hace con
la nostalgia y el recuerdo; la emoción se mueve, se grita... no se
puede coger aire con las manos, no se puede meter aire en los
bolsillos...>>
No hay nada más cierto en
pedagogía del ocio que aprender a estar, a resistir y luchar.
Aprender a conocerse. Y en ese trayecto personal habría que formular
la posibilidad de aventurarse en mundos alternos, en fomentar la idea
de la valentía como condición pedagógica del ser. De fomentar la
conquista y la aventura en detrimento de la rutina; de promover la
imaginación frente a la sumisión. De primar la acción frente al
espectáculo.
En el siguiente ensayo se
formulará la idea de cómo el ocio nos puede ayudar a ser personas
más originales. Cómo dentro de él aprendemos a conocernos y a
expresarnos según nuestra naturaleza interior.
El presente ensayo, no es
más que eso, una tentativa que pretende abrir caminos de pensamiento
alternativos que nos permitan formar a nuestros alumnos en mundos
distintos a los que la escuela y la sociedad nos tienen atados.
Dicho esto y habiendo
escrito lo que escribí; salgo ya la calle a crear islotes de
felicidad.
1
Entendemos por “estar” la experiencia contraria a la huida, que
resulta del resistir un empuje de fuerza mayor. Estar, en el sentido
pedagógico del ocio hace referencia a la “consciencia y
responsabilidad que uno tiene sobre su proyecto de vida y la
valentía necesaria llevarlo a cabo”. Estar en un sentido
Aladúrico es “quedarse bajo la lluvia hasta ver nacer de su
olvido los colores propios del arco-iris”
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Entender
un ensayo de pedagogía y ocio, resume la necesidad de ubicarse en
la línea narrativa que ambos términos reúnen. Si atendemos a la
pedagogía como “un discurso a través del cual el hombre consigue
adueñarse de la cultura transformándola, así como una relación
donde el adulto ofrece al otro la posibilidad de ejercer su libertad
privada gestando como punta la originalidad precisa de su ser”; su
relación con el ocio es tremendamente importante y fecunda.
¿Qué
es el ocio para el ser humano? ¿Qué importancia establece el tiempo
que una persona vive con que éste sea una vivencia consciente? ¿Cómo
se puede educar el hábito de un ocio saludable? ¿Qué es entonces,
“ocio saludable”? Estas serán algunas de la preguntas que el
presente ensayo pretende abrazar, no sin antes advertir que su
enfoque será muy reducido limitándose a entender el ocio como
“tiempo de no acción1
donde el individuo es capaz de volcar sus inquietudes y preferencias,
así como rémoras, miedos y esperanzas”. El ocio es, de entrada
una necesidad que el individuo no puede ni debe negarse. Negar el
ocio es negar el tiempo donde el sujeto es capaz de “negociar la
pérdida que supone habitar por la naturaleza”, es asimismo, el
tiempo donde el ser humano da cuenta clara y existencial de las
sensaciones vitales que le inundan2.
El
tiempo de ocio, es un tiempo de quietud, de observación. Es un lapso
donde el ser humano se separa de lo normativo para dar rienda suelta
a sus deseos internos, un espacio de libre acción desde la libertad
de no “terminar su proyecto” para que este sea visto, medido y
filtrado por la sociedad; sino, simplemente, para habitarlo y
desarrollarse a través de él.
Así
pues, un rica cultura del ocio pretenderá situar al sujeto frente al
tiempo para que sea, a través de éste, lo más consciente posible
de las posibilidades que todo tiempo esconde; y que no caiga en un
desgaste de rutina pasiva donde sólo sea un mero depósito de
imágenes muertas y palabras anquilosadas.
Permitir
que el ocio sea sólo ocio consumo, advierte la emergencia de negar
un abanico posible de acción y desarrollo del individuo. El ocio
consumo, el que se distribuye en grandes almacenes o el que se oferta
en la programación televisiva, sólo es la cara de un poliedro
cultural que estimula la creación de un ethos social donde el sujeto
se afirma socialmente y encuentra un oasis existencial de
referencia; pero no puede, la carga ociosa del individuo restringirse
a consumir pasivamente un producto como mero espectador de sus
actos, pues el hombre es ante todo, un nacimiento; un por venir; una
apertura hacia la diferencia. Recordando lecturas de Hanna Arendt, tintinean en mi cabeza reflexiones traídas de ella como que el hombre es un ser que ha venido a comenzar algo nuevo.
La
tesis de este ensayo sitúa pedagógicamente la necesidad de un
ocio rico, de un ocio donde el niño sea capaz de aceptar y asimilar
la responsabilidad que exige el estar viviendo un tiempo único y
propio. Porque de los dolores existenciales, más punzantes y econográficos aquél que Sarte llamó "agonía del ser" marca su verdad en que el hombre, dentro de su fuero interno, siente la responsabilidad de sus actos y se yerguen frente como gigantes acusadores, espejos de consciencia que muestran, sin maquillaje, las consecuencias de las decisiones tomadas y las sombras de las valentías mutadas. (el próximo ensayo se titulará "la valentía como condición pedagógica del ser")
Por tanto la práctica de una cultura del ocio donde premie la vivencia responsable de
ese tiempo exigirá la misma responsabilidad en aquello que no es
ocio. Es decir, el cómo tratamos nuestro tiempo del ocio, está
íntimamente relacionado en cómo tratamos el tiempo de nuestras
responsabilidades. (En este bosquejo narrativo no podemos olvidar que NEG-OCIO es la negación del tiempo ocio).
Trabajamos para tener ocio; el niño estudia para
tener ocio y además de estudiar para tener ocio; juega. Pero el
juego, no es ocio tal como lo entendemos en esta tesis. el juego
sitúa al niño en la realidad, posibilitando su acción con sentido
inmediato y personal; invierte su ilusión y creatividad en una
relación libre pero normativa donde existen reglas y su creatividad
se siente amenazada y humanizada. El juego es así, el primer trabajo
el niño, trabajo donde debe cumplir una serie de reglas y normas
para obtener un fin: sea este; sentirse parte de un referente
infantil y haber saciado sus inquietudes creativas, interpretativas y
personales.
Si
el trabajo es la actividad a través de la cual el hombre se
inscribe en la sociedad, sea el juego quien introduce al niño entre
otros niños que serán, el día de mañana, adultos trabajadores.
Comprender el ocio como un estado de libertad y vocación presumen
que en ese ocio el niño atienda a la necesidad de transformarse ese
espacio de no acción.
¿Qué sucede en el tiempo de no acción?¿ Qué sucede en el tiempo cuando el tiempo no es reloj? ¿Trabajamos para tener ocio?
Los maestros... ¿podemos entender lo que supone a un alumno estar estudiando todo el día? Y nuestro rechazo habitual a que juegue en vez de estudiar... Para qué sirve estudiar? Acaso nuestro obsesión por decir "hay que estudiar" en otro introyecto pedagógico?
Hace algún tiempo trabaja entre maestros y psicólogos y me impresionó ver que muy pocos de ellos, al llegar a casa, estudiaban, leían o reflexionaban acerca de los fundamentos pedagógicos... y veía como tampoco se formaban, ni asistían a cursos... Solían llegar de trabajar y ponían la televisión o se iban a tomar algo. Yo le decía: ¿Cómo puedes decirle a un niño que no juegue si tu tiempo de ocio lo estás tirando a la basura?
no es un maestro un ejemplo encorporizado? No es el pedagogo un referente dentro de la coherencia ser-estar-parecer?
Hubo un tiempo que lo luché. Luego tuve la caída típica de aquél que por sentirse parte de algo, prefiere dejar de ser, para tan sólo parecer y así no sentirse islote. Más tarde volví a la esencia infantil, aunque aquélla es otra historia.
Más tarde escribiré acerca de la relación con la familia, así como la historia del ocio y de cómo el arte, o más bien, una práctica aladúrica del arte puede ayudar a presenciar el arte como transformación y sanción.
Aunque esto será más adelante.
1
Entendemos “tiempo de no acción” como el tiempo que resta de
las obligaciones del sujeto. Sea éste “el tiempo dedicado al
trabajo, así como el dedicado a la cultura de la familia y el
dedicado a las relaciones sociales.
2
Tengamos en cuenta la experiencia de surge a través de la agonía u
otras experiencias emocionalmente negativas. Uno siente el rechazo
cuando le rechazan así como la incomprensión cuando nadie le
escucha; pero en el tiempo de ocio es donde uno puede aventurarse a
la comprensión de todo aquello y puede aventurarse a desenmascarar
las excusas que provocan esas emociones.
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